Lágrimas en Valencia

Luis Padilla nos recuerda este miércoles, el día en el que se consumó el descenso del CD Tenerife en tierras valencianas

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Un gol. Sólo un gol. Avanzaba la tarde del 16 de mayo de 2010 y eso, un gol, era lo que le faltaba al Tenerife para lograr la permanencia en Primera División. Un gol suyo, en Mestalla, donde empataba sin goles ante el Valencia. O un gol del Real Madrid de los noventa y tantos puntos, que igualaba (1-1) en La Rosaleda ante el Málaga, el otro implicado en la lucha por la salvación.

El domingo había empezado sin descendidos, pero a esas alturas Xerez y Valladolid estaban en Segunda División. A los primeros, tras un inicio esperpéntico –una victoria en toda la primera vuelta– se les habían acabado los milagros y, además, no ganaban a Osasuna en el Reyno de Navarra. Y los castellanos ya empezaron el día condenados: las matemáticas decían que si ganaban en el Camp Nou al Barça de Guardiola se salvaban... pero se imponía la lógica y perdían 4-0 ante un equipo que se jugaba el título de Liga. 

En definitiva: el aficionado blanquiazul sólo tenía que preocuparse de lo que ocurría en Mestalla y La Rosaleda. Y bastaba un gol. Del Tenerife o del Madrid, obviamente. Mil valientes habían creído en el milagro y se habían gastado sus ahorros para ir a Mestalla. Y allí, en el gallinero en el que los incrustaron, estaban con los cinco sentidos puestos en el Málaga-Madrid y en el Valencia-Tenerife. En realidad, sólo tenían activados dos sentidos: la vista en Mestalla y el oído en La Rosaleda (o en el transistor). Ni olían, ni tocaban, ni saboreaban nada. Porque el tiempo pasaba y el gol no llegaba. Y el sexto sentido, la intuición, les decía que no, que el Tenerife había estado toda la segunda vuelta en zona de descenso, que no había hecho fichajes en el mercado de invierno, que el domingo anterior no le ganó al Almería cuando debió hacerlo, que el Villarreal había empatado en el último minuto tras un saque neutral, que…  

Porque pesimistas ha habido siempre en todas las aficiones. Al resto, porque optimistas ha habido siempre en todas las aficiones, el sexto sentido les decía que sí, que el Tenerife guardaba una gesta para transmitir de generación en generación, que iban a contar a sus hijos que ellos estuvieron allí el día en el que, cuando la vida se acababa, llegó un gol salvador que dejaba al equipo. De Nino. O de Alfaro. O del recuperado Román Martínez. O de un Dinei que aún no se había estrenado. O de Aragoneses tras un córner. O de quien fuera. Pero el Tenerife estaba paralizado, refugiado en su área y encomendado a su portero. El técnico, José Luis Oltra, apostó por: Aragoneses; Luna, Culebras, Pablo Sicilia, Héctor; Ricardo (Dinei, 75’), Román Martínez, Mikel Alonso; Juanlu (Omar, 60’), Nino y Alfaro (Ángel, 86’).  

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Oltra saludando a Alexis, mientras Ángel permanece desolado en el césped | JGC/ACAN

Y con ellos, el Tenerife llegó vivo al minuto 89. Para entonces, el aficionado ya no confiaba en el favor del Madrid, al que la goleada del Barça dejaba sin opciones ligueras. Ya sólo esperaba un milagro de su equipo, aunque en 89 minutos ni se habían acercado a la portería local. Sólo entonces, con el tiempo casi cumplido, llegó un centro al área del Valencia. Y por allí apareció José Antonio Culebras. Y se anticipó a los defensas. Y cabeceó abajo, con intención y criterio. Para ser gol. Para ser siempre 'san Cule', héroe eterno blanquiazul. Pero no fue gol. Paró Mora. Y en la siguiente jugada Alexis marcó el 1-0. Perdió el Tenerife. Y ya nada importaba a la vista, el oído o la intuición. Sólo hubo huecos para las lágrimas.