Redacción AH

Opinión

La huella canaria en Cuba: El verseador Manuel Cuquillo

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En el mes de diciembre de cada año, se celebra en la provincia de Sancti Spíritus, el Evento de la Décima Cuquillo In Memoriam. Fue una iniciativa dos décadas atrás, de la Asociación Canaria de Cabaiguán, que hace un quinquenio unió sus esfuerzos a la Universidad de Sancti Spíritus, por iniciativa de la escritora y profesora de ese centro Saylí Alba Álvarez. Este evento constituye un homenaje, y a la vez, un proyecto cultural canario-cubano que cuenta, sistemáticamente, con la participación de destacados repentistas, que evocan la figura del palmero Manuel Cuquillo, inmigrante a Cuba en las primeras décadas del siglo XX y considerado por muchos estudiosos y practicantes como el mejor verseador canario de todos los tiempos.

La décima ha hermanado por siglos a Canarias y a Cuba; desde el archipiélago atlántico vino en los barcos de los colonizadores al Caribe, en su forma clásica conocida como espinela y regresó allí convertida en Punto Cubano. Entre ambas orillas, ella ha tenido sus viajes de ida y vuelta; es por eso, que en estas páginas aparecerá constantemente al brindar cuartetas escogidas de entre sus diez versos.

Por tanto, he escogido, a propósito, a quien es considerado, como expuse anteriormente, el mejor repentista o verseador nacido en las Islas Canarias, aunque haya desaparecido físicamente, unas dos décadas antes de mi nacimiento: el poeta palmero, conocido por Manuel Cuquillo. No tengo dudas de que este hombre constituye un símbolo y una leyenda para la inmigración canaria a Cuba; además, constituyó, en mi caso personal, un puente entrañable hacia las Islas Canarias.

Casi todos los isleños, y sus descendientes en Cabaiguán, lo mencionaban y aún lo evocan constantemente. Al mítico bardo no le conocí, pero tanto he investigado sobre su persona –tengo un libro publicado en Canarias sobre el tema en coautoría con el investigador palmero José Luis Martín Teixé, que fue motivo de mi primer viaje a esa entrañable tierra– [1] que ya me parece haberlo visto en innumerables ocasiones y hasta escucharlo cantar. Hace décadas procuré, a través de una tía mía, una foto suya con su esposa e hijo, y causó tanto revuelo que hasta fue a dar, para exponerla, a la Sede Nacional de la Asociación Canaria de La Habana.

—Manuel “Cuquillo” era tremendo poeta, era un bárbaro.

Así me dijo hace años el conocido decimista Lelo Valdés [2]. Este anciano, nieto de canarios, era entonces el único ser humano, aún vivo, que había compartido escenario con el legendario bardo. El testimonio que me ofreció contribuye a conocer acerca del verseador isleño:

Escuché hablar de “Cuquillo” cuando vivía en El Colorao. Entonces yo era un muchacho, pero me sorprendía la fama de aquel hombre. Decir "¡En tal fiesta va a cantar Cuquillo!", era como regar “pica-pica”; la gente iba hasta el lugar más lejano. Lo conocí en una de esas fiestas, pero no me atreví a cantar con él hasta que tuve dieciocho años, allá por 1926. Recuerdo un día que cantó con Víctor Maura; formaban una buena pareja que luego se hizo muy famosa.

Sin dudas, la mención a Manuel Cuquillo, se convierte en motivo para insistir en el repentismo o décima improvisada, un arte de gran calidad que, sin embargo, se caracteriza porque la mayoría de las creaciones se pierden y solo son recordadas por referencias; de manera excepcional, si no aparece en el momento preciso una grabación, un hábil escribiente o una mente prodigiosa que fije la composición, irremediablemente desaparece casi todo.

Asombra, entonces, que parte de la extensa obra de un poeta inmigrante como este –considerado por especialistas como el mejor improvisador nacido en las Islas Canarias– y su vida misma, se hayan trasmitido en Cuba de generación en generación, a través de la tradición oral, desde una época ya tan lejana. Y es que no solo su virtud como repentista conforma la aureola que flota sobre él, sino que su propia existencia, con visos de leyenda, concede un sello singular a esta historia de vida.

Cuando comencé a interesarme en el tema, supe que la isla de La Palma fue y es el santuario de la décima repentista en Canarias; precisamente allí, en la Villa de Mazo, nació el 15 de junio de 1880, Vito Gómez, hijo de María y de padre desconocido; debe aclararse que su verdadero nombre no fue Manuel como todos suponen. A la familia la apodaban los "Cuquillos", por ser la denominación de un insecto que afectaba a la uva; de ahí provino su sobrenombre, con el cual se hizo famoso en Cuba.

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Obra poética de Manuel Cuquillo, el mejor repentista nacido en las Islas Canarias

Isidoro Reyes Bravo, un inmigrante canario entrevistado por mí, contó:

Yo también nací en Mazo, en Los Callejones como “Cuquillo”. Desde niño oí hablar de él. Era hijo de María “Cuquilla”. Allá se decía que de muchacho él les cantaba a las personas mayores y su madre le peleaba, pero la gente estaba tan embullada que le pedía a María que le dejara hacerlo. 

A un amigo canario contemporáneo conmigo le escuché, por primera vez, una décima donde el poeta le cantaba a sus dos patrias:

En Canarias fui nacido
entre la pera y la uva
y me trajeron a Cuba
en soldado convertido.
Muchos llanos he corrido
durmiendo en cualquier cabaña,
no hay serranía ni montaña
ni loma que yo no suba,
amo, por amor, a Cuba
y por un deber a España.

Pero, ¿por qué Cuquillo se cambió nombres y apellidos, en más de una ocasión, y se hizo pasar por analfabeto cuando, en realidad, sabía leer y escribir?

Como he referido, la vida de este hombre está marcada por muchas presuntas lagunas, que la imaginación popular ha adornado con visos de misterio. Desde su arribo a Cuba –unos lo asocian a su participación como soldado español en la última guerra de independencia, y otros lo ubican bajando de un barco a principios del siglo XX–, hasta su constante huida junto a su esposa Luisa por toda la geografía cubana, están presentes la incertidumbre, las suposiciones y los destellos de realidad; lo cierto es que llegó a la mayor de las Antillas con un nombre falso –Gregorio Expósito Gómez– huyéndole presuntamente al servicio militar o por otra razón desconocida.

La voz popular lo sitúa en la primera década del siglo XX, en la zona de Vueltabajo, o sea, en Pinar del Río, implicado, no precisamente en creaciones poéticas, sino en conspiraciones, alzamientos, acciones de guerra, muertes misteriosas, cárceles, negativas de firmas, fugas y otros acontecimientos oscuros.

La casualidad permitió que una testimoniante excepcional pudiera aclararme lo fundamental de tanto secreto; Adelina Trujillo Amador me explicó: 

Mi padre era poeta y amigo íntimo de “Cuquillo” en Canarias. Él se llamaba Lucas Trujillo García y nació allá en 1879. Cuando se decidió a venir a América, desembarcó por Santiago de Cuba, donde lo esperaba el propio “Cuquillo”, que ya participaba en la conspiración contra el presidente Estrada Palma [3]; por eso se lo llevó directo, por tierra, para Pinar del Río, y allá se alzaron los dos con “Pino” Guerra [4]. A papá lo cogen preso con otros alzados y “Cuquillo”, para darle ánimo, le compuso unas décimas que le hizo llegar a la cárcel.

Terminado el alzamiento, ambos se encontraron de nuevo. El que sería mi padre había sido liberado de la cárcel, y le comunicó a “Cuquillo” su decisión de irse a vivir bien lejos: a Camagüey. Se despidieron, pero apenas un tiempo después resurgieron las viejas rencillas entre liberales y estradistas [5], que fueron más profundas en la propia Consolación del Sur. Un día que fue maltratado y ofendido un amigo del poeta, “Cuquillo” salió en su defensa y se formó una pelea. Alguien sacó un arma y el bardo tuvo que matar en defensa propia. Cuentan que fue detenido y juzgado. Allí fue el momento en que negó la firma, diciendo que era analfabeto.

Pero el poeta logró escapar y se escondió en Matanzas, hasta que su amigo Lucas lo recibió en Camagüey, donde se cambió el nombre por el de Manuel Jiménez Triana, perteneciente a un amigo suyo, también de Villa de Mazo, contemporáneo con él y que había regresado definitivamente a Canarias.

Este dejó constancia de su necesidad imperiosa de escabullirse, en una cuarteta recordada por Ambrosio Pérez Guelmes, amigo íntimo del único hijo de Cuquillo, Caridad, también poeta:

Habrá quien pase trabajo
pero como yo, mentira,
huyendo con mi guajira
loma arriba y loma abajo.

El mencionado Isidoro Reyes Bravo, me contó hace años:

Se decía que “Cuquillo” no sabía leer ni escribir. Pero yo no lo creo. Su madre María le puso un maestro en su casa para que aprendiera y ya de muchacho era un fenómeno. 

Su coterráneo Nicolás Barrera Rodríguez ofreció también en su momento un valioso testimonio:

Yo estaba en un baile por la zona de Mota y allí había varios poetas verseando con “Cuquillo”. En una de esas, un poeta negro le soltó que él no sabía leer ni escribir; que era un individuo sin ortografía. Este, con esa chispa de siempre, le respondió:

Si no tengo ortografía
que me lo digas me alegro;
yo en la cabeza de un negro
no la he visto todavía.

Aquello a mí me causó extrañeza y dio la casualidad de que “Cuquillo” y yo nos quedamos en el mismo rancho a dormir, pues yo era partidario en esa finca, y le pusimos una hamaca al lado de mi cama. Al otro día salimos juntos. No me resistí más y le pregunté:

—¿Por qué el negro te cantó eso de que tú no tienes ortografía?

Y él me respondió muy campante:

—Yo tuve que negarme una vez a firmar unos papeles, pues no me convenía; me perjudicaba. A partir de ahí, decidí terminar mis días pasando como analfabeto.

Fuera por una razón o por otra, lo cierto es que lo anterior enriqueció la leyenda del poeta, pero a la par de los conocimientos y la cultura que exhibía, de lo cual dejaba testimonio constantemente. Prueba de ello es la décima que recordó, en medio de su testimonio, el citado Ambrosio Pérez Guelmes:

Él no escribía; decía: “Coge un lápiz”, pero nunca lo hizo él mismo. Eso era una leyenda, porque las décimas que hacía ese hombre no eran de un analfabeto. Mira: el ejemplo más claro es esta décima que yo me aprendí en la finca de mi abuelo. Parece que alguien se la puso difícil y le pidieron que hiciera una composición en la que cada uno de los diez versos terminara en palabra esdrújula. “Cuquillo” contestó:

El verso debe ser sólido,
que llegue a la estratósfera [6]
atravesando la atmósfera
como un inflamado bólido.
No falta algún necio estólido
que con licencia macrólica
vaya formando una crónica,
la cual resulta ser trágica
sin hallar belleza mágica
ni buena sustancia tónica.

Su vagar errante y escurridizo por diferentes lugares de la mayor de las Antillas, lo llevó hasta Cabaiguán, en 1915, ya con el nombre de Manuel Jiménez Triana. En este lugar, se estableció con su esposa María Luisa Castillo Gutiérrez, y tuvo el 24 de enero de 1918 a su único hijo, Feliciano de la Caridad. Vivió en diferentes zonas agrícolas del lugar como Neiva, hasta que fue a dar a El Guajén. Y aunque parezca increíble, el hallazgo allí de un tesoro vino a enriquecer su ya extensa leyenda; Albertina Perdomo Camacho, hija de un isleño, propietario de esa finca, contó:

En el sitio de mi padre trabajaban “Cuquillo” y mi hermano Gerónimo. Se decía que había enterrada una botija; eso atrajo a muchos hombres que cavaban a todas horas. Uno de esos días apareció debajo de unas lajas un hueco grande y redondo; todos dieron por seguro que alguien la había encontrado. Por entonces, sin explicación, “Cuquillo” y su familia desaparecieron; como él compró su tienda de El Troncón, todo el mundo decía que fue gracias a ese dinero.

Por su parte, la citada Adelina Trujillo Amador, hija del gran amigo del poeta, testimonió lo siguiente:

“Cuquillo” se encontró dos botijas con monedas, joyas y oro. Como agradecimiento a lo que mi padre había hecho por él, le dio una; con la otra puso la tienda de El Troncón, que se hizo famosa por las composiciones poéticas que hizo en ese lugar; allí él despachaba a los clientes en décimas y lo visitaban los mejores poetas del momento. Hasta “Chanito” Isidrón, cuando joven, estuvo por ahí.

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Precisamente, en El Troncón y varias zonas rurales cercanas donde estuvo o vivió ocasionalmente, Manuel Cuquillo creó una parte importante de sus obras; famosas son, entre otras, El Canario en Pro de su Patria; La estatua de Judas Martínez-Moles (alcalde de Sancti Spíritus); Al cementerio de Zaza del Medio; y A los campos de Cuba. A continuación, algunos fragmentos de las mismas:

En aquella patria isleña
tengo como admirador
los ídolos de mi amor
con quien mi corazón sueña.
Cuya chinampa pequeña
amo como al sacrosanto
que bendijo aquel encanto,
huerto prodigio de Adán
donde nacimos y están
los padres que adoro tanto.
o0o
Estatua, recuerdo mudo,
sombra de un suelo inocente
en honra de tus dolientes
te dedico este saludo.
Fueron tus frases, no dudo,
bridas del pueblo natal;
¡cuántos en tu pedestal
toman tu sombra por gala
sin saber lo que señala
ese brazo espiritual!
o0o
Con los ojos del misterio
contemplo este pueblo honrado
¡cómo está desbaratado
el puente y el cementerio!
A pesar del Ministerio,
el recurso y poderío,
el humilde veguerío
sufre angustiado mirando
los blancos restos nadando
sobre las aguas del río.
o0o
Me place ver tus cascadas
callaos, ríos y montes,
me emocionan los sinsontes
cantando las alboradas.
Tus caricias deseadas
no hay un ser que las resuelva,
y yo al morir en tu selva
diré en brazos de la muerte:
¡Cuba, por volver a verte,
quién a abrir mis ojos vuelva!
Al nacer el nuevo día
todo el campo floreciente
muestra un carácter sonriente
de interminable alegría.
Donde con idolatría,
con tierna y serena calma,
se mece la altiva palma
ante su virtud secreta
a donde llega el poeta
a inspirarse con el alma.

Los últimos años de su vida –contó Ambrosio Pérez Guelmes– los pasó sufriendo un terrible cáncer de garganta y vendiendo algunas de sus décimas impresas en hojas sueltas, para sobrevivir; incluso, andaba por las calles con una toalla alrededor del cuello para cubrir las quemaduras ocasionadas en el hospital.

Sin embargo, aunque sus principales obras las compuso en Cabaiguán, este bardo no murió en ese lugar; a pesar de las diferentes versiones que existen, hubo un decisivo testimoniante que aclaró la incertidumbre. Recuerdo que un día llegué al Hogar de Ancianos de Sancti Spíritus para conversar con Manuel Rodríguez García, un octogenario, hermano del famoso poeta conocido como Felo García, a quien le pregunté, hace más de veinte años:

—¿Conoce usted algo acerca de la muerte de “Cuquillo”?

Su respuesta no se hizo esperar:

—Aunque no fui testigo de ese hecho, me considero como tal, pues él murió en la finca de mi tío Antonio Rodríguez, el que lo atendió, le procuró medicinas y lo llevó al hospital del cáncer en La Habana. Esa finca se llamaba La Colonia y pertenecía a Falcón, en la zona conocida por Palo Prieto. Murió por 1937 o 1938.

Entre las historias que conforman la leyenda de este poeta, también se encuentra la relacionada con la obra que les dedicó a los médicos que atendían su enfermedad en La Habana, quienes dudaban que detrás de aquel enfermo se escondiera un genio de la composición. A los pocos que les escuché decirla, percibí en sus voces un ligero temor y una solemnidad increíble, siempre precedidos por la aclaración de que Cuquillo tenía enorme confianza en la ciencia, representada entonces por el radium, ese raro metal descubierto en 1899 por los esposos Curie. El mencionado Manuel Rodríguez García fue de los tres –los otros se nombraban Eréstamo Fajardín y José Antonio Ramos (Cuya)– el que con más respeto y seguridad me trasmitió, íntegramente, el famoso Soneto al Cáncer, dedicado, precisamente, a la mortífera enfermedad que le arrancó la vida:

Quieres, maligno hambriento, morar en mi garganta,
vivir en mis arterias, debilitar mi fuerza,
destruirle los labios a quien sublime versea,
descuerdarle la lengua a quien divino canta.

Tu roja tez, que a la humanidad espanta,
quiera Dios que el radium quirúrgico retuerza
y arranque tu existencia dragónica, perversa,
a las manos de la ciencia soberana y santa.

Quieres que sirva al mundo de horrendo asombro,
germen demoledor de mi organismo,
y ser, antes del fin, hediondo escombro.

Concédame la ciencia tu desconjuro
y por matarme a mí, morir tú mismo
para cantarle al rayo en el futuro. [7]

Sin dudas, Cuquillo, el poeta dueño de la leyenda y del mito; el isleño que asombraba con sus creaciones y que incontables admiradores procuró, tanto en vida como luego de su paso a la eternidad, es parte significativa del puente eterno formado entre Canarias y Cuba. Por suerte, no ha muerto por segunda vez, y hoy, en ocasión del ciento cuarenta aniversario de su natalicio, lo evoco desde estas páginas y rindo homenaje a su memoria.



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[1] La leyenda de Cuquillo, el poeta isleño de Mazo y Cabaiguán. Centro de la Cultura Popular Canaria, Tenerife, Islas Canarias, 1994.

[2] Desiderio Valdés Gómez (1908-1994).

[3] Tomás Estrada Palma, primer presidente de la República de Cuba (1902-1906); hubo numerosos alzamientos liberales en contra de su reelección fraudulenta. 

[4] El coronel Faustino Pino Guerra participó del alzamiento liberal ocurrido en Cuba en agosto de 1906; fue quien encabezó las fuerzas rebeldes de Pinar del Río. 

[5] Partidarios de Tomás Estrada Palma.

[6] Cuquillo pudo desconocer que esta palabra era llana, pero lo más posible fuera que la cambiara voluntariamente y la convirtiera en esdrújula por necesidad de la rima, algo que ratificaría su genialidad.

[7] Posiblemente Cuquillo desconocía el esquema tradicional del soneto: catorce versos endecasílabos, distribuidos en dos cuartetos y dos tercetos, con rima: ABBA - ABBA - CDC - CDC. A pesar de esa suposición, desde su creación los tercetos rimaban a gusto de cada poeta, por lo que este caso pudo ser intencional.