La Cuba que yo vi

De la alegría extraordinaria y otras leyendas en la Isla del Caribe.

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De Cuba, antes de visitarla, había escuchado muchas leyendas. Muchas de ellas recurrentes, repetidas una y otra vez… Que si estar en La Habana es como retroceder varias décadas en el tiempo, que si es lo más próximo a estar en el paraíso, que si las mujeres, que si la infinita e interminable alegría de los cubanos…

Ni que decir que me encantó la Isla, lo poco que pude ver. Diez días dan para mucho, pero también sólo da para lo justo. Los viajes enriquecen, sí, pero mucho más cuando vives un país o una ciudad de verdad, durante meses o años. De los viajes cortos, al menos yo, uno se trae vivencias y recuerdos, pero nada extraordinario que ensanche el alma.

Llegamos a La Habana el 1 de mayo, aquel 1 de mayo (hace ahora 11 años) en el que por primera vez Fidel Castro, por motivos de salud, cedió la presidencia a su hermano Raúl, en el gran desfile con motivo del Día Internacional del Trabajo. Y claro, nosotros desfilamos también entre decenas de miles de personas… cita histórica con añadido histórico, la ausencia del inquebrantable mandatario.

Nosotros éramos cuatro, cuatro amigos/as, dos parejas… los amores de entonces. Y aquí el primer matiz de las leyendas cubanas. Sobre las mujeres. No voy a descubrir nada nuevo sobre lo que ocurre, o ocurría al menos, en Cuba, también lo vimos reiteradas veces a lo largo de viaje. Ellas se dejan querer a un muy bajo precio a coste cambio de moneda extrajera… Sobre eso, lo que realmente me llamó la atención fue la actitud de ellos, de los hombres: desde que pisamos la calle, con los primeros calores del  radiante y pegajoso sol cubano, una especie de acoso (primero gracioso, luego cansino) hacia nuestras compañeras de viaje. Piropos, insinuaciones, relatos de artes amatorias fantásticas, dragones y mazmorras,… más piropos, más insinuaciones… Y entre tanto, ellas, las mujeres cubanas, con absoluto respeto. Un respeto del ‘primer mundo’ hacia cuatro personas, dos parejas… parece sencillo y lógico, ¿no?; explícaselo tú a ellos, a los hombres cubanos.

De Cuba también se habla de la música que casi nunca calla. Y es cierto, en los hoteles, en muchas plazas, en espacios más o menos turísticos… lo que yo no sabía hasta entonces es que en su gran mayoría esos combos musicales son costeados por el Gobierno. No es tanto el espíritu sonero sino el ‘compromiso laboral’ y la obligación. Una de las estampas curiosas del viaje era ver tocar en nuestro hotel a la misma formación musical todos los días en diferentes pases, en lo que era una de sus salas de restauración. A veces se les podía ver desde el hall a través de una diáfana cristalera tocando para nadie, para absolutamente nadie, en el bar vacío. Una de las mañanas les pregunté… ¿Por qué tanto entusiasmo si no hay nadie prestándoles atención? “Pues de esta manera tenemos que estar durante una hora y media, así nos pase un ciclón por arriba".

Anécdotas muchas, como cuando alguien nos invitó enter risas con sus amigos a coger ligeros el avión de regreso a casa por no haberles comprado algún puro habano... "por lo menos nosotros podemos salir", respondimos alguno; o aquel guía informal, amigo de un amigo, que fue durante casi todo el viaje un perfecto ejemplo de caradura, de busca vidas listillo; y por supuesto, el paseo por el malecón, los mojitos, los bailes, el boxeador retirado que lanzaba decenas de combinaciones al aire como si Don Quijote se hubiese reencarnado allí (foto), el mar templado del Caribe, el museo de la revolución, una lluvia traicionera y arrolladora de 15 minutos... la historia en gerundio de una ciudad maravillosa.

Pero sobre todas las cosas, lo que más me sorprendió, frente a las leyendas de románticos de espíritu y la propaganda interesada, fue la profunda tristeza de los cubanos. Apenas lograbas algo de confianza con ellos, apenas aparcaban el miedo y podían hablarte a solas durante varios minutos, salía a relucir entonces toda su desazón. La supuesta alegría inherente de los cubanos tiene tantas grietas como mandatos restrictivos les impone su Gobierno.

Por este relato (personal e intransferible, cada uno tendrá el suyo) podría parecer que no tengo ganas de regresar a Cuba. Todo lo contrario, espero volver pronto... aunque no seremos cuatro.