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Opinión

La Asociación Canaria de Cuba

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La emigración canaria a Cuba fue cuantiosa y sostenida, tanto que puede considerarse una de sus principales raíces culturales y etnográficas. Hoy no es raro el canario que tiene familiares en Cuba, y menos raro el cubano que lleva un apellido guanche.

A mediados del siglo XIX se considera que entre cincuenta y sesenta mil canarios emigraron hasta el inicio de la guerra de la independencia cubana, una diáspora que se prolongó en los primeros decenios del siglo XX. En lugar de llegar como colonos o soldados, los isleños (como se les conoce) lo hicieron como mano de obra para las plantaciones de caña de azúcar y llevaron consigo sus devociones tradicionales. El culto a la Virgen de Candelaria, surgido en Tenerife en el siglo XIV, inspiró la construcción de una ermita en Guanabacoa, y fueron los propios canarios quienes, en el siglo XVIII, la convirtieron en la hermosa iglesia de Santo Domingo. La influencia canaria en la cultura cubana actual es muy notable. A ella se debe la pronunciación peculiar del castellano en Cuba y la preferencia por formas poéticas como la décima campesina, la improvisación, el punto guajiro o “repentismo”, una persistencia de las fiestas del campo o guateques y las famosas parrandas o charangas.

En ciertos lugares (Matanzas, Pinar del Río, Sancti Spíritus, San Cristóbal de La Habana, Santiago de las Vegas…) ha sido especialmente destacado el papel de los inmigrantes canarios. Para ellos, el mar, más que un elemento de separación, lo ha sido de unión. Eran intereses de tipo familiar o social lo que les movía a esta aventura. Los canarios fundaron varias ciudades y su destacada aportación al acervo sociocultural de las tierras americanas queda fuera de toda duda, pues varias generaciones de isleños cruzaron el Atlántico rumbo a América.

En la actualidad, la Asociación Canaria de Cuba se encuentra ubicada en un bello edificio de dos plantas, en el número 258 de la calle Montserrate, en el centro histórico de La Habana. Fue fundada en 1906 como “Asociación Canaria de Beneficencia, Instrucción y Recreo” con el propósito de reunir a todos los canarios llegados a la isla en busca de mejoras económicas, y a los que se asistía en asuntos relacionados con su instrucción, servicios de salud, esparcimiento y auxilio. En 1992 resurge la Asociación rindiendo tributo a la memoria de una de las mujeres descendientes de las mejores costumbres y tradiciones de la comunidad canaria en Cuba, Leonor Pérez Cabrera, natural de Santa Cruz de Tenerife, y madre del prócer de la independencia cubana, José Martí Pérez. Desde finales de 2018 la preside el contador público Sr. Don Lázaro Rivero Galván y es un icono de la labor isleña en Cuba para preservar la historia, el folclore y las tradiciones canarias.

Diario La Prensa

Recorte del reportaje firmado por Ricardo F. Fuertes, en el diario La Prensa de Santa Cruz de Tenerife

En el diario La Prensa, de Santa Cruz de Tenerife, se inserta un reportaje firmado por Ricardo F. Fuertes con ocasión de la visita a la isla de D. Pedro Delgado Villarroel, descendiente de canarios, y de su esposa, la Sra. América del Pozo, ostentando la representación oficial de la Asociación Canaria de La Habana, a fin de llevar a cabo la inspección y reorganización de sus delegaciones en Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de La Palma.

Refiere el Sr. Delgado que la fundación de la Asociación Canaria tuvo lugar en noviembre de 1906; sin embargo, meses antes “se cotizaban recibos de cuota social, lo cual indica la existencia de una Sociedad que ya tenía vida”. Y que con veinte años cumplidos (se supone el texto de 1927 o cercano), pese a su minoría de edad, se encuentra a la altura de sus similares en Cuba, con el doble de años de fundadas.

Afirma el extraordinario significado de la Asociación para los canarios, que “no embarcan para Cuba sin buscar, antes de su pasaje, al delegado en cada uno de los puertos de Canarias para hacerse socio y llevar un recibo que le cuesta 10 pesetas y es la mayor y más eficaz garantía para su desembarco en La Habana”, donde, desde las Oficinas de Inmigración de la República, se prestan al inmigrante servicios gratuitos.

Además de este valiosísimo servicio, también tiene el socio “el de la Casa de Salud, con médicos de verdadera y reconocida fama en todos los órdenes de la Ciencia, tanto en la Cirugía como en la Medicina; una farmacia dotada de todo cuanto es necesario para seiscientos enfermos; pabellones admirables y el trato cariñoso que se da por los empleados a los asociados enfermos recluidos, y que es justamente algo que no puede valorizarse ni justipreciar”.

Virgen de aLa Candelaria 1965

Virgen de la Candelaria en 1965 | Octavio Rodríguez Delgado (cronista oficial de Candelaria)


El historiador Gregorio M. Cabrera Déniz, en su trabajo La Quinta de Salud “Nuestra Señora de la Candelaria”, un gran proyecto canario en Cuba, expresa que La Habana carecía a mediados del siglo XIX de una mínima infraestructura médico-asistencial, lo que producirá graves conflictos al convertirse la ciudad en foco de atracción masiva de inmigrantes. Por ello,sociedades regionales como el Centro Gallego, fundado en 1879 con el objeto de dar a sus socios “instrucción y honesto recreo”, firma acuerdos con Casas de Salud privadas favoreciendo la incorporación de nuevos socios y creando la figura del Médico Inspector; lo que también hace el pujante Centro Asturiano, que se organiza en 1886, y recoge como prioridad en su reglamento fundacional la asistencia sanitaria. Más tarde, ambos Centros regionales deciden dotar a las instituciones de Casas de Salud propias. Así, el Centro Gallego compra una clínica privada, La Benéfica, que amplía con nuevos pabellones; y, por su parte, el Centro Asturiano funda en 1897 un complejo integrado por veintiocho edificios destinado a todas las especialidades médicas y servicios anexos, y en el que se atiende en sus primeros veinte años de vida a más de doscientos mil asociados enfermos.

Pese a los antecedentes citados, hemos de esperar a 1906 para asistir a la definitiva creación de la Asociación Canaria de Cuba, que se consolida en pocos años. Desde el primer momento se encuentra entre sus objetivos básicos la asistencia médica y la creación de una Quinta de Salud. En septiembre de 1911 se aprueba su construcción, y las obras, tras diversos retrasos y trabas administrativas, se inician el 2 de febrero de 1919 con el acto de colocación de la primera piedra en el Barrio de Arroyo Apolo, finca “La Mora”, adquirida solo dos años antes. En una glorieta levantada a tal fin, con la asistencia del Presidente General de la Asociación, Don Domingo León González, actuando como madrina su esposa Doña Fidencia Toledo de León, y con la presencia de numerosas representaciones civiles y religiosas, se inicia el acto con una misa oficiada por el sacerdote canario Don José Viera Martín. Por el Obispo de la Diócesis, Monseñor Pedro González Quesada, fue bendecido un bloque procedente de Arucas que contenía una colección de monedas de oro y plata, un ejemplar de los periódicos habaneros del día, una copia del Acta de la sesión y el Reglamento general de la Asociación, sobre una base de siete piedras remitidas por los Ayuntamientos de las capitales isleñas. Se cerró el acto con unas palabras del doctor Tomás Felipe Camacho en nombre del Comité Ejecutivo de la Asociación.

Para superar problemas financieros por los elevados gastos del empréstito contraído, a través de actos patrióticos se pide colaboración económica. A pesar de todo, la Casa de Salud abre sus puertas en 1922 bajo la dirección del Dr. Gustavo G. Duplessis, aunque sus servicios continúan vetados a la mujer, a quien no se reconoce el derecho a ingresar en la Asociación hasta 1931 pese a su constante colaboración.

En años posteriores se trabaja en la ampliación de los diferentes pabellones por especialidades, y hacia 1926 se encuentra en un momento de máximo apogeo tanto en número de socios (se superan los 26.000) como en recursos disponibles. A finales de 1928 se celebra un Festival de la Candelaria para la construcción de una Capilla que daría a la Quinta su definitivo carácter como centro espiritual de la colonia isleña de Cuba y que se inauguró en 1933, y son también ejemplo de esto los actos de inauguración de sendos bustos a Benito Pérez Galdós y José de Viera y Clavijo en los jardines a finales de 1930, según reseñan las revistas Atlántida y Tierra Canaria.

La labor asistencial de la Casa de Salud y sus valiosos servicios siguen adelante tras superar periodos de crisis hasta que mediada la década de los cuarenta nos hallamos ante la etapa final de la Asociación, que ve desaparecer lo que antaño fueron pujantes Delegaciones. Solo la Quinta ofrece una garantía de continuidad en la asistencia con 383 operaciones y 2.388 enfermos asilados durante 1945. Y por ello se busca la renovación con la apertura de un Consultorio Social que sirva de complemento en el centro urbano de La Habana y con un volumen social que le permita vitalizar su economía y tener una existencia tranquila, feliz y sin agobios.

diario la prensa 1931
Reportaje 'Una visita a la Casa de Salud' de los canarios en Cuba' en el diario La Prensa (1931), firmado por José Clavijo Torres

En el diario La Prensa, de Santa Cruz de Tenerife (septiembre de 1931), en su sección Reportajes de Cuba, José Clavijo Torres remite desde La Habana el que hace referencia a Una visita a la Casa de Salud de los canarios en Cuba, del cual adjuntamos varios fragmentos.

El primero, a modo de introducción, sobre Unos días en la Quinta:

En la carretera de Bejucal, a nueve kilómetros de la capital habanera y en el sitio conocido como “Arroyo Apolo”, se levanta altiva y señorial, en una meseta de escasa altura, nuestra Quinta Canaria. La rodean jardines bien cuidados que nos recuerdan a los de La Orotava y sus amplios paseos urbanizados traen a nuestra memoria las Avenidas del 25 de Julio y la Rambla XI de Febrero. Da un contraste alegre la verde arboleda que la circunda, que crece envuelta entre el follaje y la soledad de aquel tranquilo y apartado retiro.

He traspasado los umbrales del espléndido y lujoso pórtico principal lleno de ilusión. Me pareció que estaba en aquellos momentos transportado a los alegres y risueños jardines laguneros, donde crecen flores multicolores que en aquella mañana perfumaban el ambiente y eran sus brisas saturadas de aroma como un beso divino enviado del majestuoso Teide.

No conocía nuestra Quinta. Mucho me habían hablado de ella, pero la oportunidad nunca me había sido propicia de llegar hasta aquellos apartados confines. Ahora he tocado a sus puertas y, ya internado, visité sus lujosos pabellones, modernos, confortables, donde se encuentra la carne enferma y dolorida, en su mayoría carne canaria que en la lucha del trabajo afanoso enfermó lejos de los suyos y que, faltos del beso de la madre, del halago cariñoso de la hija y del desinteresado amor de la compañera, encuentran pródigas atenciones en aquel retiro obligado que para orgullo nuestro y de Cuba sienta sus reales en esta bella y sufrida República…

El segundo acerca de la atención dispensada por el Director facultativo, el Doctor Gustavo G. Duplessis:

Me recibió con afecto. Yo me honraba con su amistad desde un día en que llegué a reclamarle los sabios consejos de su Ciencia. Esto me hizo más propicia la entrevista. La modestia característica del Dr. Duplessis y su talento viven hermanados. Para el galeno es una bella cualidad que le adorna y lo dignifica y para el cronista una dificultad para el fin que me proponía. No obstante, fui el atrevido visitante que una mañana llegó con paso torpe a la Dirección, solicitando una charla que dar a conocer a los paisanos que viven en las queridas Islas…

—Como usted puede comprobar por las estadísticas —me dice el doctor Duplessis—, en un año hemos asistido a 3.809 enfermos, de los cuales salieron curados 2.711 y mejorados 1.032, habiendo fallecido solo 66, lo que da una mortalidad global de 1,73. Esta cifra no puede ser más halagüeña, pues es inferior a otras similares publicadas en La Habana. Estos resultados tan satisfactorios se deben a la buena asistencia que prestan los médicos a sus enfermos, el cuidado que ponen en el diagnóstico y la certeza del tratamiento. En nuestra Casa de Salud se ponen en juego todos los adelantos de la Ciencia médica contemporánea para precisar el diagnóstico. Se llevan a cabo investigaciones de laboratorio para conocer las causas de la enfermedad. Hoy, pues, podemos enorgullecernos del resultado práctico de nuestra labor secundada en todo momento de la manera más eficaz por los organismos directores de la Asociación Canaria.

En los servicios de Cirugía —continúa— en general y en especial del riñón y órganos genitales, y de garganta, nariz y oídos, hemos trabajado los señores Fortún, Rojas, Moreno, Fernández; el doctor señor Miró, ayudante de cirugía; el doctor señor Hart, y los médicos internos señores Bacallado, Camacho, González y Capote, habiendo hecho las anestesias locales y generales el doctor Laudermann.

El número de intervenciones en un año fue de 614, con una mortalidad solo de 4 enfermos, lo que da un promedio de 0,63 por ciento, cifra que nos llena de satisfacción, no solo por el interés humanitario que representa, sino porque premia el esfuerzo hecho para obtener tan brillante resultado.

Concluye el reportaje de José Clavijo Torres con una referencia al pabellón ‘Juan de la Rosa’ destinado a enfermedades mentales y nerviosas. Bajo el subtítulo ¡El hogar de la locura!, refleja su diálogo imposible con un interno que le solicita ayuda:

Me he dado cuenta de cómo vive este pequeño mundo inconsciente.

Un recluido que días antes me había saludado, me habla:

—¡Oh! ¿Ya llegaste? —Mientras, sus manos fuertes y viriles se abrazan a la reja que nos separa.

 —Está muy excitado —me dice el enfermero.

—¿Dónde dejaste a mi Rosa? ¿Por qué no viene? ¡Si yo estoy bien! ¡Si yo la quiero!...

—¿?—…

Le miro escalofriado. Me parece imposible que sea el que con lucidez, dos días antes, paseara por aquellos jardines soñadores…

—¿Vienes de los trigales de Los Rodeos o de las vegas de Vuelta Abajo?

Callo. Contemplo al atleta lleno de juventud, quizás descendiente de guanches, cuyos ojos quieren salirse de sus órbitas.

—Tráemela. Quiero verla. Es mi Rosa. Que me cante folías y yo le bailo rumbas. Ella está ahí, en Tacoronte… En El Cantillo… En Los Naranjeros… Llora y ríe al mismo tiempo.

Acobardado. Abandono aquel lugar triste que deja en mi ánimo una estela de recuerdos, viendo al joven isleñito que en su locura evoca el nombre de una mujer… ¡Acaso su novia!

Me alejo pensativo, mientras viene a mi mente “Los Vivos Muertos” que Eduardo Zamacois nos pinta en un presidio, y que yo he visto detrás de las rejas de un Manicomio.