Al oeste de la isla, entre pequeños acantilados y terrenos vírgenes se encuentra la playa de Esquinzo, casi al lado de Morro Jable.
Lo que más me gustó es que es una zona poco frecuentada, llena de arena y cantos gruesos, con muchísimo oleaje y casi aislada del mundo (como si estar en Fuerteventura no te hiciera sentir así), quizás ese sea su verdadero encanto, junto a las acumulaciones de arena en forma de pirámides que se crean en cada una de sus playas, que sin pretenderlo, me facilitó el acceso a esta preciosa zona de la ínsula.
Y es que nada se puede comparar con la sensación de libertad de estar en medio de un paisaje que sobrecogería a cualquiera.
Mi primer viaje a la isla fue simplemente un sueño desde el primer día que desembarqué del avión hasta el último amanecer que vieron mis ojos, y honestamente, durante todo ese tiempo no pude parar de preguntarme, ¿cómo puedo tener tanta suerte para ver, sentir y experimentar todo esto?.
La calidez de los colores de Fuerteventura no se puede comparar con nada, absolutamente me encontraba ahí, donde el mar rugía y se enfrentaba con la inmensas montañas que se elevaban impunes al paso del tiempo. Ahí, donde agua y tierra emergían dando paso a paisajes como éstos, dónde el sol mostraba las dos caras de Esqinzo: oscura e imponente con sus nubes y llena de luz y de vida.
El murmullo del vaivén de la olas te hacía recordar que estabas en la isla, la isla de la que todos hablaban maravillas, porque está claro que Fuerteventura te atrapa, no sé si serán sus pequeños y cálidos pueblos, sus montañas solitarias, sus playas kilométricas donde puedes perderte o quizás la serenidad que aporta el ambiente, no lo sé, pero si sé lo que sentí en ese momento.
Por eso si lo que te gusta es a tranquilidad, la serenidad y poder disfrutar de rincones con un encanto más que especial, te recomiendo esta preciosa zona, justo después del Cotillo, una playa salvaje que te hace sentir como si estuvieses en un lugar muy lejano a tu hogar.