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Opinión

El pintor Manuel Martín González, Guía de Isora y Cuba

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El pintor Manuel Martín González nació el 4 de julio de 1905, en Guía de Isora (Tenerife), un pueblo típico del paisaje isleño, volcánico y áspero, surcado por profundos barrancos y presidido de cerca por el majestuoso Teide. Con cinco años ingresa en la escuela pública de Guía y empieza a mostrar en su infancia grandes dotes artísticas. Cuando contaba trece años sus padres lo envían a La Laguna para recibir enseñanza del escultor Germán Compañ y luego a Santa Cruz donde recibe clases del pintor Tedomiro Robayna. Aunque sigue en contacto con su pueblo, a los dieciséis años encuentra trabajo en la empresa litográfica fundada por Ángel Romero, donde desarrolla técnicas que le serían muy útiles en su preparación y quehacer futuro.

En 1923, con espíritu aventurero y emprendedor, decidió embarcar a Cuba, donde, en una productiva etapa de su carrera, trabaja como dibujante publicitario en revistas como Tierra Canaria y otros periódicos locales. Como él mismo declara: Hice de todo: pinté vallas anunciadoras, trabajé en litografías, dibujé en periódicos y revistas y fui director artístico de una gran casa de modas. En este caso, el pintor se refiere a La Casa Grande, unos grandes almacenes ubicados en La Habana. Muchos de estos dibujos se exponen en la Sala Museo que el Ayuntamiento de Guía de Isora dedica a su pintor más reconocido y que constituyen una faceta desconocida, sorprendente y muy valorada de su creación artística.

Por la dura situación que se vivía en Cuba tras la quiebra del 1929, recién proclamada en España la Segunda República y un mes después del matrimonio con su eterna compañera, Pilar Ramón Mesa, se marca el firme propósito de regresar a Tenerife. Así, en febrero de 1932, tras casi diez años de ausencia, el matrimonio se instala en Guía, en la vieja casa de sus abuelos, con su primer estudio formal, desde el que podía contemplar las puestas de sol de La Gomera y, por el lado opuesto, el Pico Viejo, tan cercano al Teide. Y ahí comienza la segunda etapa de su carrera, con el paisaje insular como único motivo de su pintura.


Valle Ucanca

Cuadro del Teide, el Pico Viejo y el Llano de Ucanca, de colección particular


























































Al poco tiempo de su regreso, el gran acuarelista Francisco Bonnín se interesa por la obra de este gran pintor del Suroeste para darla a conocer entre sus paisanos. Como presidente del Círculo de Bellas Artes le invita a participar en la IV Exposición de Pintura y Escultura de Artistas Canarios, junto al propio Bonnín, Guezala, Borges, Fariña… lo que le catapulta al éxito profesional. En 1942 traslada su domicilio a Santa Cruz, lo que supone para el pintor un mayor contacto con los ambientes insulares y regionales. Envía por primera vez sus lienzos a Gran Canaria para una exposición en el Gabinete Literario, y en diciembre del mismo año se celebra en el Museo de Arte Moderno de Madrid una muestra de artistas tinerfeños patrocinada por la Dirección General de Bellas Artes y el Cabildo Insular de Tenerife. La prensa madrileña recoge estas palabras del crítico Rodríguez Filloy sobre el pintor isorano: No solo intérprete fidedigno del paisaje tinerfeño sino también un buen pintor…; así como la noticia de la adquisición, por un importe de diez mil pesetas, del cuadro Aldea de Chirche por parte del Ministerio de Educación Nacional.

Entre 1946 y 1947, con la única compañía de su caballete, su paleta, manta para dormir, comida, agua y algún libro, recorre cada palmo del archipiélago canario, de forma más profunda y pausada que en los meses anteriores a la Guerra Civil. Desde Haría, en Lanzarote, hasta la Punta de Orchilla, en El Hierro, sus bocetos reflejan lugares costeros y de tierra adentro; su paleta descubre la desértica Fuerteventura, el impresionante interior de Gran Canaria y sus dunas sureñas, los primitivos y vírgenes barrancos y palmerales gomeros, la inmensa Caldera de La Palma y sus recientes huellas volcánicas, el herreño valle del Golfo desde los Roques de Salmor hasta Sabinosa… Algunos magníficos ejemplos de la producción de Martín González pueden contemplarse en lugares públicos de Santa Cruz y Las Palmas. Uno de los primeros encargos de este tipo fue el realizado en 1948 por el céntrico Bar Atlántico, con El Teide y Los Azulejos, cuya magnífica acogida da pie al encargo de los cinco lienzos de gran formato que adornan uno de los salones del Hotel Mencey, el Salón Martín González, entregados en 1950 y valorados en cien mil pesetas. Continúan los encargos tanto del extranjero como de su tierra natal: de Guía de Isora con motivo de la coronación de la Virgen de La Luz (1956), del Casino de Santa Cruz en 1957; de París, junto a otros artistas canarios, en 1959; este año es escogido por el Obispo Nivariense Pérez Cáceres para, junto a José Aguiar, contribuir con su arte en la nueva Basílica de Candelaria: dos lienzos suyos ocupan las naves laterales del templo y representan parajes del Sur por los que, según la tradición, arribó la Virgen a la isla y fue conducida por los guanches hasta la morada del mencey.

Falleció en La Laguna (Tenerife) el 30 de septiembre de 1988, a los 83 años. A lo largo de su dilatada carrera llegó a pintar más de siete mil telas que se reparten por toda la geografía regional y el territorio nacional e internacional, por lo que recibe reconocimientos como Hijo Predilecto del municipio de Guía de Isora (1951), miembro del Instituto de Estudios Canarios (1952), Presidente de la Sección de Pintura del Círculo de Bellas Artes (1963), Académico Correspondiente de la Academia de Artes y Ciencias de Puerto Rico (1971), entre otros. En su pueblo natal, una céntrica calle del casco histórico lleva su nombre, así como el Instituto de Enseñanza Secundariay una Sala Museo dentro de la Casa de la Cultura del municipio.

* Extracto del texto redactado por BienMeSabe.org, Revista Digital de Cultura Popular Canaria, número 631


La Prensa

En el diario La Prensa, dentro de su sección Reportajes Cubanos, José Clavijo Torres publica una entrevista, HABLANDO CON EL PINTOR TINERFEÑO, MANUEL MARTÍN, realizada en La Habana a finales de 1931, pocos meses antes de su regreso a Tenerife.   

En un típico barrio de La Habana antigua, en una vieja casa de puertas carcomidas y rota cristalera, en la histórica calle de Sitios, tiene instalado su estudio el pintor tinerfeño Manuel Martín.

Pocos son los que han llegado hasta él; pero, no obstante, todos conocemos sus cuadros expuestos hasta hace poco en el Salón de Fiestas de la Asociación Canaria, donde obtuvieron un lisonjero éxito artístico, ya que la crítica y la prensa habanera demostraron su admiración por el joven canario que, en esta tierra tropical y bella, ha sabido por sí solo triunfar.

Sus obras, hechas en aquel modesto estudio, tienen un sello característico, un matiz regional, que no lo ha perdido a pesar de que los años de ausencia han curtido su cuerpo a las duras luchas de la Vida.

Un paisano oficioso, de esos que constantemente están dando noticias y tienen en sus labios un comentario, me trae la dirección del joven pintor. Este, según me informa, desea regresar a Tenerife, quiere ver de nuevo las piedras de negra lava esparcidas por su pueblo, quiere recibir la brisa halagadora de nuestro Teide, de ese monumento geográfico que él, de forma tan magistral, ha llevado a sus lienzos.

… Y una tarde, sin esperarme fui el atrevido visitante de su estudio.

Un campanillazo que suena en lo más alto, y después de realizar esta operación repetidas veces, automáticamente, por la feliz inventiva de un cordel, se me franquea aquella puerta tan falta de pintura en casa de un pintor…

Cae la tarde. Llueve copiosamente mientras subo por la empinada y semioscura escalera que me conduce al último piso, “residencia” confortable del artista.

Le sorprende mi llegada hasta su apartado y elevado retiro.

Un saludo afectuoso. Una explicación de mi visita, y, aunque el amigo quiere rehuir a mis deseos, logro al fin convencerle.

Desde su torreón se domina la capital habanera con los suntuosos edificios: Capitolio Nacional, Cuban Telephone, Metropolitano, Iglesia de Ángel, Palacio Presidencial…

Casi imperceptible nos llega el ruido de la bullanguera calle.

El estudio del artista

Es modesto. Adornan sus paredes varios cuadros: uno monumental de “El Teide, visto desde Las Cañadas”, obra del paisano, que allí, como invocación de recuerdos es contemplado a diario por el artista; un “Desnudo” de mujer hecho con una perfección de línea que nos atrae y subyuga; y una “Maga”, representación genuina de nuestras mujeres y de su raza campesina, ataviada con el típico sombrerillo de palma, pañuelo de seda dando contraste con su negro pelo y ciñendo su cuerpo apretado justillo; la vista baja, avergonzada quizás de las palabras zumbonas de su galán o pensativa en el novio ausente…

Reina en este moderno retiro el orden en el mayor desorden. Sobre la mesa de trabajo están esparcidos los pinceles, creyones y difuminos; cajas de pinturas mostrando sus bellos coloridos que él combina más tarde para sus lienzos. En el ángulo de la ventana un caballete que invita a pintar estas incomparables puestas de Sol y la belleza del cielo cubano; en otra está el radio “Phillips”, su entretenimiento, que lo impone con claridad de todo lo que ocurre o va a ocurrir… El teléfono, dos sillas de fondo reconstruido, novelas y revistas de arte. He aquí lo que me rodea. Todo es romántico, humilde, sencillo, alegre y bohemio como el ruido de la calle bullanguera. Se muestra receloso a mis preguntas, pero así y todo logré romper el hermetismo para darlo a conocer a los lectores de LA PRENSA:

Sus primeros pasos

—Nací –empieza– en Guía de Isora. En aquellos tranquilos pueblos del Sur, olvidados y dormidos en pretéritas grandezas, fragüé la idea de conocer mundo. Primero me trasladé a Santa Cruz de Tenerife, donde estuve varios años. Trabajé en la Litografía de Romero, ya que mi afición grande al dibujo hasta allí me llevó; más tarde di clase con el escultor tinerfeño Guzmán Compañ, pero al que puedo llamar mi profesor es a D. Teodomiro Robayna, hoy fallecido. Él me guió y alentó. Yo iba todas las noches a su clase con más interés que a ninguna otra de la que allí se explicaban; mi afición a la pintura, unida al trato caballeroso que daba a sus alumnos, me obligaba moralmente a no “fugarme” ni en las noches de música. Estuve a su lado, oí sus explicaciones y atendí sus consejos, que me han servido de mucho en esta República. Créeme, muchas veces, al terminar un cuadro en el que yo he puesto toda mi inteligencia, he pensado: ¡Quién estuviera en Tenerife! ¡Si el maestro viviera para corregir sus defectos!... Más tarde, Tenerife ya era corto para mis ilusiones y decidí venir a Cuba. Mi vida en esta República, por la que siento un gran afecto, ha sido muy accidentada e inquieta. He vivido en todos sus barrios, he pulsado el temperamento de los que aquí radican, desde el rumbero cubano hasta el españolito que viene a buscar fortuna. Poco a poco me he ido dando a conocer y sin ayuda he llegado a gozar de cierta popularidad por mis trabajos.


Manuel martin

El pintor Manuel Martín González y uno de sus grafismos en Cuba, de la Revista Nacional de Calzado | EL GIRÓSCOPO VIAJERO


Éxitos artísticos

Después me habla de sus éxitos artísticos.

—En el “Salón de Bellas Artes” de 1926 presenté cuatro cuadros de vistas y paisajes de Tenerife. En la misma exposición, al año siguiente, volví a presentar varios cuadros, también de Tenerife, obteniendo diplomas. En la Exposición del “Convento de Belén”, cuando las Conferencias Hispanoamericanas que organizó la Secretaría de Estado, y esta última de la Asociación Canaria, de cuadros exclusivamente míos.

—¿Cuántos presentaste?

—Veintiocho de las Islas Canarias y ocho de Cuba, que hacen un total de treinta y seis.

—¿Resultado positivo?

—Muy poco. La mala situación de Cuba la hizo fracasar económicamente; en cambio, estoy muy satisfecho de los críticos cubanos y de su prensa, que sin excepción de matices se han ocupado de ella, desfilando por la Asociación Canaria todo lo que en el mundo artístico cubano vale y brilla.

—¿…?

—Cuba no tiene aún por sus pocos años de República arte propio; todo es importado de Europa, como ocurre en las demás repúblicas hispanoamericanas. Ya te habrás dado cuenta de que no existen museos de ninguna clase. En Cuba no vive el Arte; este es un país solo de comercio, de agricultura y de algunas industrias que se están ahora estableciendo. No obstante esto, cuenta con buenos pintores, entre ellos Leopoldo Romaña, Manuel Vega, Ramón Loy, García Cabrera, Maribona, el paisajista Domingo Ramos, el caricaturista Blanco, y los humoristas Abela, creador de su célebre “bobo” y Arpollito, ausente de esta tierra por razones harto conocidas de todos. Los españoles Zuloaga y Evaristo Valle, entre otros, han desfilado por Cuba dejando sus firmas en infinidad de cuadros que, como tesoros de arte, se conservan en ciertas residencias.

—Por eso yo –continúa– me dediqué a lo comercial, que es lo que más produce. Diariamente salen en los grandes rotativos habaneros mis dibujos hechos para las mejores casas comerciales aquí establecidas.

Su regreso a las Islas

—¿A qué obedece tu regreso?

Martín calla, y en sus labios se dibuja un acento de tristeza que me obliga a no insistir.

—¿Cuándo?

—Dentro de dos meses escasos. Ya me llama la tierra; quiero volver a pintar las piedras negras, lo que me entusiasma, combinar sus diferentes coloridos… Después conocer Madrid, Barcelona, Granada, Valencia, Toledo y esa Sevilla de la que me han hecho tantos elogios.

—¿Proyectos?

—Muchos. Voy con bastante ilusión. Esta República ha sido mi segundo aprendizaje. En dibujo conozco todo lo moderno, tanto en lo comercial como en lo artístico. El grabado, fotograbado, diseños, etc., se hacen aquí a la perfección y allá se desconocen. Quiero recorrer todas las Islas, tomar los paisajes de verde colorido que nos hacen soñar y entristecer cuando lejos de ellas los vemos…

Martín, hombre templado en la batalla, se muestra muy confiado, y para terminar le pregunto:

Algunas anécdotas

—Dime. ¿Tienes alguna anécdota que recuerdes de momento con agrado?

—Anécdotas muchas, muchísimas, pero… con agrado pocas. Solo te diré una: Recién llegado a Cuba, fui a vivir en un barrio modesto; no era “Pogolotti” ni “Llega y pon”, tan célebres por sus sucesos policiacos; allí instalé mi estudio, un poco peor que este pero yo vivía encantado. La tarde del ciclón estaba ausente de mi “residencia”; en el centro de La Habana me cogió aquella noche catastrófica. Figúrate cómo la pasé; a la mañana siguiente ya había amainado un poco y tomé rumbo hacia “mi casa”; pero esta se había convertido en aeroplano, y voló sin dejar rastro. Esta es la fecha que no he podido dar con su armazón de madera ni con los menesteres que en ella guardaba.

Calla unos momentos, quita la ceniza del puro que quema y continúa:

—Otras cosas de mi vida inquieta pasaron, y como la casita de madera “no volverán más”. Ahora pienso escribir a Canarias anunciando a mis padres la llegada: lo haré lacónicamente.

Este laconismo de que me habla es característico de los artistas canarios. Hace pocos días trajo el azar a mis manos la carta de un antiguo condiscípulo, laureado poeta canario, que le escribía a un amigo y paisano, conocido cronista en un diario habanero:

“Querido amigo: Aquí estoy de nuevo. Con el mismo equipaje: mis versos, mi esposa y la guitarra. —Pedro.”

Martín presumo que escribirá:

“Queridos míos: Ya vuelvo de nuevo. ¿Equipaje? La experiencia de mi Arte, mi esposa y un caballete.”

José Clavijo Torres

La Habana, 1931


Guñia de Isora

El pueblo de Chío, en Guía de Isora, en la década de 1930 | WWW.BLOG.OCTAVIORDELGADO.ES/ Investigador histórico del Sur de Tenerife, Cronista Oficial de Güímar y Candelaria e Hijo Adoptivo de Arafo


También en el diario tinerfeño La Prensa y con la misma fecha, se publica el artículo GUÍA DE ISORA, de José Clavijo, que hace alusión al municipio del Suroeste, cuna del pintor Martín González.

Perdido entre guijarros de lava como únicos testigos de un cataclismo, se levanta el pueblo de Guía de Isora.

Su caserío, mezclado con piedras negras como vómitos de fuego de una pasada hecatombe, nos da la sensación de recogimiento y humildad.

Este rincón dormido y olvidado en la vasta región del Sur de Tenerife, ha permanecido hasta hace poco aislado de la capital. Atribuyamos este olvido a la falta de vías de comunicación en que se le ha tenido.

La carretera zigzagueante que une a la capital con la región chasnera es una de sus principales mejoras, y no es de dudar que con las grandes empresas que existen para el alumbramiento de aguas y explotando las que ya posee, será, en tiempo no lejano, emporio de riqueza.

Pero hoy por hoy, padece –como todos los pueblos– una crisis económica cuya causa harto lamentable es bien conocida. La industria de calados, la principal y favorita de este pueblo, a la que parece que por el mismo estado de aislamiento en que vivían, dedicaba todas sus actividades, ha ido en decadencia teniendo como base la poca remuneración que recibían las “caladoras” explotadas en tan enfermizo como pacienzudo trabajo.

Guía tuvo hasta hace poco una segunda patria para sus hijos en Cuba, pero hoy, azotada esta bella República por una crisis económica y por el vendaval de atropellos que comete el Jefe de Estado de la Perla Antillana, no le permite a sus hijos emigrar, y los que allí por desgracia se encuentran, no envían dinero como antes lo hicieran, sino que, por el contrario, sin trabajo, faltos de recursos, vagan por las calles y pueblos implorando la caridad y pidiendo la repatriación más urgente.

Guía de Isora, por el estado de aislamiento en que ha vivido, es desconocida y por lo tanto sus bellezas naturales no son bien divulgadas. Puede llamarse “tierra ignorada”, tierra de belleza salvaje y virgen que la hace más interesante y sugestiva, y en la que hasta las rocas maldicen en las entrañas de la tierra el abandono y olvido

Un hijo de Guía, Manuel Martín, excelente paisano y gran camarada, me hablaba exaltado de las bellezas naturales que encierra el Sur, y en una Exposición celebrada recientemente en La Habana, fueron muy elogiados por la crítica sus cuadros, precisamente aquellos donde, con negros coloridos, el pincel del artista llevó al lienzo los rincones más apartados de la zona árida…

Pero el tiempo con su constante devanadera no pasa en balde, y hoy, estos pueblos que han permanecido tranquilos y olvidados resurgen a la vida insular con grandes deseos de engrandecimiento y no deben desmayar; al contrario, deben hacer el máximo esfuerzo, y nosotros, todos los hijos de Tenerife, cooperar con ellos para que vean realizadas sus justas aspiraciones, ya que son dignos de mejor suerte, y no permanecer en el olvido a que se les ha sometido durante varias generaciones.

José Clavijo Torres