El peor partido y el mejor gol

“Zona con vegetación y a veces con manantiales que se encuentra aislada en los desiertos arenosos de África y Asia”. Esta definición de oasis es la primera acepción.

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“Zona con vegetación y a veces con manantiales que se encuentra aislada en los desiertos arenosos de África y Asia”. Esta definición de oasis es la primera acepción que se encuentra en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. No harían mal los académicos en introducir una segunda acepción: “Segundos finales del minuto 26 del partido Tenerife-Eibar disputado el 13 de octubre de 2002 en el Heliodoro”. Porque eso, un oasis, fue aquel lapso de tiempo en medio de un partido insufrible, un desierto de fútbol, un dolor para los ojos, un coñazo insoportable, un tranque colosal, un bodrio inaguantable...

Aquel Tenerife-Eibar disputado en la categoría de plata correspondía a sexta fecha de la temporada 02-03, con Ewald Lienen en el banquillo blanquiazul, el ascenso a Primera División como objetivo irrenunciable, elecciones en el horizonte y un equipo lleno de figuras que empezaba a especializarse en empatar todos sus partidos. De hecho, con el técnico alemán en el banquillo llegó a firmar trece igualadas en las dieciocho primeras jornadas. Antes, ese domingo, para medirse a un Eibar que también tenía una buena amistad con el empate, el que fuera ayudante de Heynckes volvió a apostar por su curioso 1-3-3-3-1 y algunos de sus fichajes recomendados.

Así, Lienen alineó a: Valerio; Edu Moya, Corona, Alexis Suárez; Quico Torres (Ayoze Díaz, 67’), Martí, Lexa (Kiko Ratón, 89’); Dani, Jesús Vázquez, Iván Ania (Jonathan Torres, 61’); y Paunovic. O lo que es lo mismo, salió con media docena de centrocampistas, reforzando la zona central del juego con hasta cuatro mediocentros como Martí, Jesús Vázquez, Quico Torres y Lexa, para dejar en punta solo a Paunovic, que nunca fue delantero. Como el Eibar fue fiel a su estilo y también pobló el mediocampo, el partido se resume pronto: tres tiros a portería entre los dos equipos y sólo uno bien dirigido.

En medio de estas aventuras ofensivas sólo hubo sopor, centrocampismo, malos controles, pases errados, tropezones, alguna entrada a destiempo, eso que ahora se llama intensidad, interrupciones, saques de banda, control, más control, mucha presión defensiva, muchísimo miedo a perder… Pero fútbol, nada de nada. De repente, en medio del desierto, en el minuto 26, apareció el oasis. Un áspero ataque local llegó cerca de la zona derecha y allí, pegadito a la grada de San Sebastián, Dani González se animó a subir la banda con cierto criterio y no poca habilidad. Y contra todo pronóstico, culminó su eslálom con un centro perfecto.

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Paunovic durante un entrenamiento en el Heliodoro.

Aquella deliciosa rosca de Dani llegó al corazón del área que defendía Asier Riesgo bajo la grada de Herradura. Y por allí, en medio del erial, apareció Veljko Paunovic, el único futbolista local que siguió la jugada. Se incorporó desde el círculo central, corrió con entusiasmo y fe, llegado al área saltó con potencia, se quedó suspendido en el aire, superó al defensor visitante y conectó un cabezazo imponente, lleno de potencia y de rabia para clavar el balón en la escuadra. Fue un gol para conservar eternamente en la videoteca que le dio a victoria (1-0) al Tenerife y le permitió lograr la que sería ultima victoria de la era Lienen como local.

Luego, tras el festejo, continuó el sopor, el centrocampismo, los malos controles, los pases errados…