En las vísperas de aquella cita electoral que le midió a Avencio Hernández Abreu dio un golpe de efecto decisivo: tras cuatro años de encierros, cruces de acusaciones y peleas constantes con la plantilla, logró que los jugadores le ofrecieran una comida-homenaje y le mostraran su apoyo explícito “por su gran labor con la cantera”. Dos días después se imponía en las urnas por 530 votos a 466. Lo hizo con el club en Segunda División B por cuarta temporada consecutiva y empezando la que iba a ser su peor temporada en las categorías nacionales… aunque entonces sólo se habían jugado dos jornadas y aún no había tenido tiempo de dejar de pagar a la plantilla. Un par de meses más tarde, los futbolistas ya estaban otra vez pidiendo su marcha y lamentando su reelección. Y la situación no cambió mucho en los cuatro años siguientes.
Se exceptúa, eso sí, el glorioso paréntesis del curso 82-83 con el ascenso a Segunda División. Pero en la campaña 85-86 la situación rozó el esperpento: agresiones al entrenador, impagos, encierros, multas, fichajes calamitosos, peticiones de dimisión desde la plantilla… Además, el equipo quedó pronto condenado al descenso y surgió una novedad: una oposición organizada, la Alternativa Blanquiazul, liderada por Javier Pérez. Y el aficionado, harto, desertó en masa. Tras consumarse el descenso matemático una semana antes en Vallecas, al último partido como local, ante el Castilla, apenas acudieron mil personas a un Heliodoro que se caía a trozos. Al día siguiente, 12 de mayo de 1986, José López Gómez abandonó el Tenerife. Dejó al club con una deuda de 300 millones de pesetas y con José López Gómez –o sea, él mismo– como principal acreedor.
Pepe López, en su estancia en el CD Tenerife