Una de las principales propiedades del barro es lo efímero de su estructura. Solo necesitas agua y tierra para moldear lo que después el agua borrará. Sin embargo, por un instante hubo una huella que metafóricamente puede prolongarse en el tiempo. Cuando el escritor y profesor Rafael-José Díaz habla de este compuesto en su poemario La montaña del barro (El Sastre de Apollinaire) de lo que habla es de un lugar inestable y de una soledad que te lleva por atrevidos recovecos.
Para las personas que no están familiarizadas con el mundo del cruising, la Mesa Mota es solo un lugar de ocio, pero en sus adentros es uno de los escenarios de encuentros sexuales entre personas homosexuales de Tenerife. También es un lugar húmedo, lluvioso, embarrado y de encuentro de diferentes tipos de personas, que suman una mayor poética al paisaje. Cuando Díaz volvió a Tenerife tras años viviendo en Madrid la extraña sensación de sentirse desubicado y solo le llevó a este paraje y a este poemario.
Lo explícito
“Lo central ni siquiera es el cruising, son los alrededores del cruising”, explica el poeta. Lo sexual no está explícito en el poemario, solo aparece para quienes leen entre líneas, para el lector maduro, como lo califica el escritor. Pero no deja de estar presente. “Lo que recoge el libro es una historia a medio camino entre lo real y lo inventado a partir de la imagen de unas huellas de un coche sobre el barro”, desarrolla.
No es la primera vez que el escritor habla sobre estos encuentros, ya lo había hecho antes en un poema, aunque admite que en el momento en el que se escribió el poemario, en 2020, no se encontraba cómodo hablando de forma explícita de los encuentros sexuales. “Es difícil encontrar un lenguaje para no caer en lo obvio, en el cliché y al mismo tiempo ser explícito”, explica. De hecho recela lo pornográfico y apuesta en mayor medida por la sutileza.
La montaña
Más allá de esto, es el paisaje, la soledad y el propio deterioro del entorno los que sí centran el poemario, que se adentra en mundo de hondonadas, de bosque cercano a la laurisilva. “Hay una combinación entre el deseo de encuentro, de compañía y al mismo tiempo esa sensación de estar en lugar que por sí mismo te está ofreciendo evasión y distracción, porque es un lugar que, de por sí, es singular. Es un lugar que tiene múltiples caras”, describe.
“El territorio no es un marco donde ocurren los hechos sino que es coprotagonista”, desgrana. De hecho, quizás las personas que frecuenten este entorno puedan adivinar antes de la explicación del libro qué es ese bosque recurrente, esa montaña formada de barro. Aunque no era su intención, según explica se centró en que el paisaje pudiera ser cualquier bosque, para que cualquiera pudiera verse identificado con el momento vivido.
El barro
Justo el barro es la metáfora que redondea el poemario. El barro tiene diferentes lecturas, desde el sentido bíblico hasta el propio compuesto, la más material. “El hecho de decir que la montaña está hecha de barro es la idea de un lugar inestable. No me fijo en la tierra que es sólida, que dura en el tiempo. El barro dura muy poco, pero luego quedan las huellas”, desglosa.
Por esto ve interesante ver al barro como si fuera arcilla. “Es efímero, es una metáfora de esos encuentros que te dejan huella pero al mismo tiempo se olvidan”, explica. Quien ha estado en Mesa Mota en un momento de lluvia habrá visto las huellas similares de los coches dibujadas en el barro.
La montaña de barro se puede adquirir bajo demanda en librerías de las islas. Además, el prolífico escritor presentará este viernes su nuevo poemario Luz que se escapa, en la Asociación Blanco y Negro de El Toscal.