Fran Belín

Opinión

Calvario olfativo

Guardar

https://atlanticohoy.com/wp-content/uploads/migrate/posts/standard/2019/8/13/10/SB41CSVG7P9DHVXSG3MSH3OOW5G06DXI/CR5D3XJZT5GSTXX1.jpg


BLOG CON CÚRCUMA


"¡Es que tú eres gastrónomo!". Es un sambenito que, de forma tozuda, nos suele perseguir a los-as que nos dedicamos de una forma u otra, con unos estilos u otros, a esto de la cosa culinaria y vitícola, por reducir los campos de acción y de contenidos.

Frente a esta exclamación yo también soy tozudo: "¡Todos-as somos gastrónomos-as!". O lo que es lo mismo, todos-as tenemos capacidades para aumentar las percepciones y sensaciones que nos aporta todo este mundo gustativo y de aromas. Es cuestión, muchas veces, de caer en la cuenta de que podemos ir más allá de lo que nos marquemos como límites a la hora de comer y beber, de compartir mesa y mantel.

No poca gente afirma: "Yo sólo sé si me gusta o no un vino". Otra frontera muy frecuente a la que me resistiré siempre. ¿Y si lo vemos de otra manera? ¿Porqué nos gusta o no ese vino? ¿Se puede expresar cuál es la razón o razones de que no puedas con un vino, te encante, de que un plato no se corresponda a lo que esperas de tus registros gustativos?

https://atlanticohoy.com/wp-content/uploads/migrate/posts/standard/2019/8/13/10/SB41CSVG7P9DHVXSG3MSH3OOW5G06DXI/E8XIMEXTR2YWYTUQ.jpg

Por ahí se empieza, no crean. A preguntarnos aspectos que no son baladí. El gastrónomo-a de 'a pie' no va a llegar a cotas del profesional que está al día en este cometido de informar y valorar el enorme campo de la gastronomía. Pero, es preciso convencerse de que por el mero hecho de resaltar que una persona es buzo, por ejemplo, no podamos referirnos razonablemente a que nuestra actividad de buceo no tiene grandes satisfacciones -o quizá más-.

Quizá con este parrafada me ha servido para lo que en verdad quería puntualizar en este blog de Con Cúrcuma y en el ecuador de agosto. Estamos en verano sí, vacaciones; baños, bronceado y paseos. En algún momento quedamos con los amigos para cenar y ahí salta la ocasión de arreglarnos, de ponernos 'monos-as'. Unas 'liturgias' agradables de mesa y mantel (huleymantel, que diríamos) que ya metidos en materia se puede ir al garete por un perfume, una crema de nada.

Eso es. El hecho de disfrutar de una mesa lleva implícito evitar 'ovnis' que interfieran con los sentidos que se ponen a plena faena, proncipalmente el olfato. Éste hace que detectemos de antemano, que asociemos con recuerdos, memoria gustativa; intuir que un guiso está rico. La nariz es la directora de disfrutar de lo que expresa un vino, atrapa las moléculas de la frescura, de todo lo bueno que tienen los alimentos y su preparación,... También, evidente, cualquier desajuste.

Es por ello, que gastrónomos-as avezados-as o no, si acudimos a un restaurante con litros de perfume, cremas, ungüentos, para nosotros-as mismos y para los-as que nos rodean puede ser un calvario porque al final no sabemos si estamos masticando algo sabroso o un estupendo muestrario de cadenas químicas.

Lo dicho. Cuando nos dispongamos a comer fuera pensemos si en realidad, para ese momento grato, es necesaria esa particularidad que muy bien puede encajar en otros instantes más oportunos.