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Opinión

El Morro, La Cabaña y el cañonazo de las nueve

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El Castillo de los Tres Reyes del Morro es la más emblemática de las fortalezas cubanas. Su construcción comenzó en 1589 y concluyó en 1630, a cargo del ingeniero militar italiano Juan Bautista Antonelli, en el lado este del canal de acceso al puerto de La Habana. Esta fortaleza semeja un polígono irregular, ya que sus constructores tuvieron que adaptarse a las características tipográficas del arrecife sobre el que fue erigido. 

Con una dotación de 200 hombres y varias baterías de cañones, fue pieza clave en la defensa de La Habana contra los frecuentes ataques de corsarios y piratas. En 1762, durante la toma de La Habana por los ingleses, el Castillo, comandado por el Capitán de Navío Luis Vicente de Velasco, resistió heroicamente durante varias semanas el asedio de tropas conjuntas del ejército y la marina británicos, comandadas respectivamente por el conde de Albemarle y por el Almirante Sir George Pocock

Los invasores solo pudieron apoderarse de La Habana luego de hacer estallar una mina bajo los muros del Castillo. Pocos años después de su construcción, al Castillo se le anexó un faro, que en sus orígenes era de cal y canto y utilizaba leña como combustible. En 1845, el viejo faro fue sustituido por otro de sillería, de 45 metros de altura sobre el nivel del mar, el mismo que se aprecia actualmente y constituye una de las imágenes más conocidas de La Habana internacionalmente. 

El Faro, junto al Castillo de los Tres Reyes del Morro, ha devenido símbolo imperecedero de La Habana. Luego de iniciarse su restauración en 1986, el Castillo pasó a integrar, junto con la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña, el Parque Histórico-Militar Morro-Cabaña

Como popularmente se le conoce en Cuba, El Morro constituye un gran museo histórico. Visitarlo es establecer un contacto directo con la historia, una historia rica en leyendas; es saltar en el tiempo y trasladarse a la época lejana y romántica de los corsarios y los piratas; admirar desde sus vetustos y sólidos muros la ciudad; subir al faro y captar para el recuerdo las más bellas imágenes de La Habana; sentarse, en muda contemplación bajo el susurro de las olas a nuestros pies, a disfrutar de las más hermosas puestas de sol en el Balcón de la Reina; caminar por sus estrechas calles adoquinadas, admirando cada piedra, cada recodo, cada plazoleta recoleta y evocadora, mudos testimonios del pasado; es dejar volar la imaginación y tejer cada cual su propia aventura al admirar la Exposición “Los Grandes Viajes”, que muestra las principales expediciones marítimas que España y Portugal realizaron en los siglos XV y XVI, viajes que propiciaron un mayor conocimiento del mundo; es, en fin, vivir el pasado desde el presente. 

El Morro y La Cabaña

Castillo del Morro y Fortaleza de La Cabaña | AH


La Fortaleza de San Carlos de La Cabaña es la mayor de las instalaciones militares creadas por España en América. En 1763, una vez devuelta La Habana por los ingleses a cambio de La Florida, comenzó a construirse en la alta ribera este del puerto de La Habana, bajo la dirección del brigadier Don Silvestre Abarca, y quedó concluida en 1774. 

La Fortaleza de San Carlos de La Cabaña forma un polígono compuesto por baluartes, revellines, fosos, camino cubierto, cuarteles y almacenes. Su diseño constituye un exponente del cambio experimentado en los sistemas defensivos durante el siglo XVIII, debido a los progresos de la artillería. 

Desde su construcción albergó a las unidades élite del ejército español en Cuba. Durante las guerras de la independencia del siglo pasado, muchos patriotas cubanos, entre ellos el apóstol José Martí, guardaron allí prisión y no pocos fueron fusilados en el tristemente célebre Foso de los Laureles. El 3 de enero de 1959, el Comandante Ernesto Che Guevara tomó militarmente esta fortaleza y allí estableció su Comandancia, que es hoy un museo en el que se muestran documentos y testimonios del inolvidable guerrillero.

Desde su construcción, La Cabaña, como popularmente se le conoce, está estrechamente unida a una de las más arraigadas tradiciones de La Habana: el Cañonazo de las Nueve. En épocas coloniales, a las 4 y 30 de la mañana y a las 8 de la noche, se disparaba, desde la nave capitana en el puerto, un cañonazo para avisar la apertura y cierre de las puertas de la muralla que rodeaba La Habana y la colocación y retirada de la cadena que, situada entre los castillos de La Punta y el Morro, cerraba la entrada del puerto.

Luego de la construcción de La Cabaña, el disparo del cañonazo se efectuaba, indistintamente, desde el puerto o desde La Fortaleza. Después que las murallas fueron derribadas a fines del siglo XIX, la costumbre de disparar el cañonazo –en este caso una hora después, a las nueve– continuó como una tradición que se mantiene hasta nuestros días y sirve para que los habaneros rectifiquen la hora de sus relojes. Presenciar la ceremonia del Cañonazo, efectuada por una dotación de soldados vestidos a la usanza de siglo XVIII, es en la actualidad una de las actividades más atractivas y gustadas que el recinto ofrece cada noche a sus visitantes.

Tras su restauración en 1986, la fortaleza de La Cabaña fue abierta al público en 1991 dentro del citado Parque Histórico-Militar Morro-Cabaña. Con sus calles adoquinadas inundadas de luz y sombra; sus plazoletas abiertas a la brisa; el Patio de los Jagüeyes, umbroso y evocador remanso de paz; su plaza de armas saturada de verdes y salpicada de florecidos jardines; sus vigilantes cañones, tronantes ayer y ahora silenciosos sobrevivientes en una época erizada de sobresaltos; su imponente muralla, inexpugnable valladar antaño y hoy soleado balcón sobre la ciudad; sus estancias interiores convertidas en un museo cuyas salas muestran una completa colección de armas provenientes de varias partes del mundo, desde la prehistoria hasta el siglo XIX y con varias salas dedicadas a su historia… San Carlos de La Cabaña es lugar ideal para el descanso activo y evocador.


En su sección Reportajes de La Prensa, el diario tinerfeño publicó el escrito por el periodista José Clavijo Torres en 1932 acerca de La histórica Cabaña y el cañonazo de las nueve y que a continuación reproducimos. Describe en el mismo aquella pujante ciudad de La Habana y el simbólico cañonazo en relación con sus recuerdos de Tenerife y el momento político que se vivía en Cuba.

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(Consta este texto en el pie de foto que ilustra el reportaje: La fortaleza histórica de El Morro y la entrada del canal del puerto de La Habana. Se divisa también la fortaleza de La Cabaña, donde han sido recluidos los presos políticos de los últimos acontecimientos.)

Inesperado, retumbante, ensordecedor –como dice muy bien Evaristo Rodríguez Savón–, el cañón-reloj de la histórica fortaleza de La Cabaña acaba de dar su hora.

El vómito iluminado de su estómago de hierro y el estruendo atronador de su garganta seca, tiene santa virtud para los habitantes de la gran urbe habanera: cronometrizar (1).

A esa hora, en ese instante mismo, todos los tenedores de reloj, de un modo mecánico, casi inconsciente, llevan ante sus ojos el “ingersol” de bolsillo o el “suizo” de pulsera. Es una Ley, precisamente por ser costumbre, y solo dejan de hacerlo los que no usan reloj o los que poco o nada se preocupan de la hora y minutos que están viviendo…

Son más prácticos que nosotros los habaneros al tener la hora indicada para cronometrizar sus relojes: las 9 de la noche. A esa hora se oye perfectamente; es una hora bien elegida. Nosotros en cambio tenemos el cañonazo a las 12 del meridiano, a una hora en que el trajín de las calles es grande, a una hora en que el tráfico hace casi imperceptible el estampido seco que sale de nuestra fortaleza de Almeida (2).

Desde que llegué había oído casi todas las noches el “cañonazo de las nueve”.

¿Quién no ha oído el disparo de La Cabaña alguna noche? ¿Hay alguien que paseando por el Prado, Malecón o San Rafael, o en su casa cómodamente sentado o al entrar en un cine, no haya escuchado la detonación anunciadora de las nueve? ¿Quién al encender un cigarro, al bajar la acera, al tomar un refresco o al dirigirse a una dama no se ha detenido un segundo, al sentir la explosión, para precisar la exactitud de su reloj?

Quizás fue el disparo cotidiano el que me despertó interés por visitar la histórica fortaleza. Su leyenda, que data de la época colonial, era para mí otra cosa interesante.

Una visita a la fortaleza

Una tarde, acompañado por un grupo de amigos, decidí visitarla atendiendo a la cortés invitación que se me hizo.

En el Muelle de Caballería tomamos una lancha que nos llevó al otro lado de la bahía. El mar, inquieto siempre, nos tuvo en completo sobresalto mientras atravesábamos la hermosa rada. Nuestro miedo no era el remojón que una voltereta nos podía ocasionar. Nada de eso. Era el temor de ser carnada de los tiburones que en gran cantidad tienen sus guaridas en las cuevas existentes en todo aquel litoral y que mantienen en su grotesca base al Castillo del Morro…

Ya en el otro lado empezamos la subida por una escalera de gastada piedra, construcción colonial, que tiene ciento y pico de escalones, y ya arriba, en una meseta nos encontramos con los cobertizos donde apacientan los caballos libremente. Estos pertenecen a los Cadetes que hacen estudios en la Academia Militar Cubana.

Nuestro guía nos llevó al baluarte de las salvas. En él una hilera de cañones, viejos, grises, montados a la grupa de bancos esqueléticos de madera, parecían los dientes de una hermosa boca que ríe. Veintiuna piezas de artillería, españolas, hermanas, forman la batería; ellas desde allí, desde su torreón, miran al mar, dominan la entrada del canal, asomando sus largas bocas de túnel.

Son los guardianes que tuvo España, los cañones de antaño que se resisten a abandonar sus posiciones.

Ellos nos podrían contar sus pretéritas grandezas, ya que son testigos mudos de un pasado de torpe colonización y de un presente de injusticias y atropellos…

El cañón histórico

Ya estamos frente al cañón que da la hora. Lleva en sus cabalgaduras un número blanco. Tranquilo, indiferente como fiera domada, admitió nuestra presencia sin una señal de protesta. En su espalda tiene una inscripción. “Sevilla. Solano fecit. 1736.” Su fabricación data de 196 años. Es de hierro macizo, de un color gris por la acción del tiempo. ¡Casi dos siglos! Mide unos dos metros de largo y es el Jefe de la sección de salvas cuando hay visitas oficiales o se conmemoran duelos patrios…

Lo he mirado fijamente, durante largo rato, como tratando de interrogarle, pero él, indiferente siempre, permanece tranquilo, con la misma indiferencia con que acogió mi llegada.

Desde allí he contemplado el hermoso panorama que se nos presenta a la vista: el Capitolio Nacional se destaca de los demás edificios de la capital, el artístico Muy Ilustre Centro Gallego, dando cara al Parque Central, y el Palacio Presidencial, entre otros, se dominan y admiran desde la vieja fortaleza.

Después la hemos recorrido toda. Hemos subido a los gruesos muros que como muralla circundan el apartado retiro. Hemos descendido a sus sótanos oscuros, húmedos, vivienda de la clase de tropa y oficinas. Nos detuvimos ante las gruesas verjas que como cárcel separan a los privados de libertad, recién construido bajo la “Presidencia del General Gerardo Machado y Morales y siendo Secretario de Obras Públicas el Dr. Carlos Miguel de Céspedes”. Su construcción antigua nos hace pensar unos momentos en el ya “fallecido” Castillo de San Cristóbal (3), solo que el nuestro murió engrandecido por su historia y este vive envuelto en una leyenda monstruosa, salpicada con la tortura y los crímenes que en él se han cometido…

Lejos estaba yo cuando traspasé sus umbrales y puertas de hierro que acusan tanta injusticia, de que pocos meses más tarde iban a ser encarcelados e incomunicados en aquella histórica fortaleza varios amigos íntimos y acompañantes el día de mi visita, y que aquellos muros gruesos de grotesca construcción iban a servir de encierro a una juventud que anida sanos ideales de libertad y grandeza para su Patria.

Los mártires

Han pasado varios meses, y siempre al oír en las noches serenas el cañonazo que iluminando un radio da la hora en la histórica Cabaña, he dedicado un recuerdo para los cientos de hombres que sufren el encierro apartados del vivir y gozar, privados de libertad por la soberbia o cobardía de un Jefe de Estado.

El sevillano sigue dando la hora día tras día, pero seguro estoy que hoy, al oírse el seco estampido en la urbe habanera, desde el hogar más humilde hasta el palacete más lujoso, se hace la consulta con respeto como dedicando un recuerdo a los que allí han caído por la defensa de un ideal, pidiendo Justicia y Libertad. Mientras, allí dentro, al sentir la trepidación que el sevillano Solano produce al contacto del estopín (4) con el tiraflector (5), aquellos hombres, jóvenes, estudiantes en su mayoría, sienten también latir sus corazones honrados en una mueca irónica de rebeldía contra el opresor.

Pero ni las prisiones, ni las incomunicaciones, ni los más crueles atropellos que tienen entristecidos a los hogares cubanos amedrentan a la clase estudiantil en sus justas y humanas aspiraciones.

Hombres y mujeres de todas las clases sociales, lo que representa estudio y saber en la Perla Antillana, hasta nuestros compatriotas y paisanos que vagan faltos de trabajo por las calles de la capital cubana dedican un diario grito de rebeldía y reclaman justicia al más alto Tribunal de la República; pero… la hora solo llega para oír el estampido ronco y seco que como un lamento sale del histórico cañón de la colonial fortaleza…

José Clavijo Torres
La Habana, 1932


(1) cronometrar, ajustar la hora en un reloj
(2) Fortaleza de Almeida (o Almeyda), del siglo XIX, en Santa Cruz de Tenerife, actual sede del Museo Histórico-Militar de Canarias 
(3) Primera fortificación de la isla de Tenerife y pilar defensivo de la bahía de Santa Cruz 
(4) artificio destinado a inflamar la carga de las armas de fuego
(5) tirante, cordón o cuerda que acciona una palanca de disparo